sábado, 27 de julio de 2013

SANTA MARTA


"Marta, decidió dedicarse al ayuno y la oración y pronto se le unieron varias mujeres. Edificó entonces una basílica dedicada a la Virgen María, y un convento anexo en el que todas ellas organizaron su vida en comunidad a base de penitencia y oración".

La iglesia Católica celebra el día 29 de Julio la fiesta de Santa Marta.

Marta significa: “Señora; jefe de hogar”.

Santa Marta por su solicitud y actividad en el servicio de Jesucristo Nuestro Señor, es invo­cada como protectora especial de cosas urgentes y difíciles. Es considerada la Patrona de cocine­ras, sirvientas, amas de casa, hoteleros, casas de huéspedes, administradores de hospitales, escul­tores, pintores, lavanderas, de las Hermanas de la Caridad y los moribundos.

Entre las santas mujeres que seguían a Jesu­cristo, y hacían manifiesta profesión de ser discí­pulas suyas mientras estuvo en esta vida mortal, Marta, fue una de las más distinguidas, no sólo por su caridad y por la posición de que gozaba entre los judíos, sino particularmente por haber abrazado el estado de virginidad en el que perseve­ró constante toda su vida.


Tenía como hermanos a María Magdalena y Lázaro, quien había sido resucitado por Jesús. Habían heredado grandes bienes de sus padres, tocándole a Marta unas propiedades vecinas de Jerusalén, y entre ellas la casa ó castillo de Betania. El Evangelio la nombra siempre primero que María Magdalena, y por eso se cree que era la hermana mayor de la familia; por lo menos era la que llevaba el princi­pal peso de administración y de gobierno. Era su carácter dulce y amigo de hacer el bien; un juicio maduro y ejemplar, y con una modestia que la hacía ser amada y respetada por todos.

Era considerada como una doncella de gran mérito, y así en Jerusalén como en Betania se tenía general veneración a su virtud. Estando su alma tan bien dispuesta, sin dificultad recono­ció a Jesucristo por el Mesías verdadero, y gustó de su doctrina. Apenas le oyó, cuando hizo profe­sión de ser una de sus más fieles discípulas.

Oyendo los elogios que de cuando en cuando hacía el Señor de la virginidad, y viendo lo mu­cho que le agradaba esta admirable virtud, muy presto se determinó a no admitir jamás otro es­poso que al Esposo de las vírgenes; y como era tan constante en oír sus divinas instrucciones, practicó muy en breve lo más elevado y lo más perfecto del Evangelio. Se dedicó, pues, a la so­ledad y al retiro, renunciando a las vanidades del mundo; y como su hermano Lázaro era ya uno de los discípulos del Salvador, y la conversión de su hermana Magdalena, había sido de tanta edifica­ción a todos, el castillo de Betania se convirtió, por decirlo así, como en un pequeño monasterio. Se ocupaba el tiempo en oración, en estudio, en la labor y en las obras de caridad, por lo cual la casa de Betania era el hospedaje del Salvador en sus viajes apostólicos.

Llegó en una ocasión a Betania el Hijo de Dios, volviendo de sus tareas evangélicas: tuvo Marta la noticia de su venida; y saliéndole al ca­mino, le suplicó con instancias que se dignase no admitir otro hospedaje que el de su casa. Aceptó el convite el Salvador, como quien tenía tan co­nocida la virtud de aquellas dos fervorosas discí­pulas. No es fácil explicar el gozo de toda aquella afortunada familia. Marta, que gobernaba la casa, tomó a su cargo la disposición de todo, y por sus mismas manos quiso preparar y guisar la comi­da a su amado Maestro; el soberano Huésped no dejó de reconocer la gran caridad y el fervoro­so amor de las dos hermanas, recompensándolas generosamente con su conversación, y con las abundantes gracias que derramó en el corazón de aquellas dos santas almas.

Al ser crucificado Jesucristo y dispersar­se sus discípulos, Marta, se embarcó junto a sus hermanos y un grupo de fieles, en un navío des­provisto de remos, velas y timón, y de cualquier instrumento que pudiera servir para gobernarlo.

Sin embargo, conducido milagrosamente por Dios, arribaron a las costas de Marsella en Fran­cia, donde desembarcaron. Luego se trasladaron a Aix y convirtieron mediante la predicación a los pobladores de la región.
Cuenta la tradición hagiográfica, que en un bosque, situado entre Arles Avignon , había por aquel tiempo un dragón. Esta fiera a veces salía del bosque, se sumergía en el río, volcaba las embarcaciones y mataba a cuantos navegaban en ellas.

Marta, atendió los ruegos de la gente de la co­marca, y dispuesta a liberarla definitivamente, se fue al bosque a buscar a la fiera; la halló devorán­dose a un campesino. Marta se acercó sin temor, la roció con agua bendita y le mostró una cruz. La bestia, al ver la cruz y sentir el contacto con el agua bendita, se tornó mansa como una oveja. Marta se acercó nuevamente a ella, la amarró por el cuello con el cordón de su túnica, la sacó a un claro, y allí los hombres de la comarca le dieron muerte. Desde entonces, el lugar comenzó a llamarse Tarascón que era el nombre del Dragón.

Una vez que terminó con la fiera que era el azote de la comarca, Marta, decidió dedicarse al ayuno y la oración en aquel bosque y pronto se le unieron varias mujeres. Edificó entonces una ba­sílica dedicada a la Virgen María, y un convento anexo en el que todas ellas organizaron su vida en comunidad a base de penitencia y oración.

En una oportunidad que Marta se hallaba predicando en Avignon ocurrió que se encontra­ban a la orilla de un río. En la orilla opuesta había un joven que desde su lugar no escuchaba bien la prédica; como no disponía de bote, se decidió a cruzar el río a nado, pero a poco de iniciar la tra­vesía, fue arrastrado por la corriente y murió aho­gado. Dos días después de su muerte, lograron encontrar su cuerpo y sacarlo fuera del río. Tan pronto como lo extrajeron, lo llevaron junto a la santa, lo dejaron tendido a sus pies y le pidieron que lo resucitara. Marta se postró en tierra con los brazos en cruz, y pidió a Jesús que así como había resucitado a Lázaro, también resucitara al joven, para que así movidos por el milagro se convirtie­ran a la fe los que allí se encontraban. Terminada la oración, tomó al joven de las manos y lo alzó del suelo, resucitado. El joven al volver a la vida recibió el bautismo.

Con un año de antelación le comunicó Jesús a Marta la fecha en que había de morir. Todo aquel año estuvo aquejada de fiebres.

Unos días antes de su muerte, les dijo a los asistentes que partiría muy pronto y les pidió que mantuvieran encendidas las lámparas que ardían en la habitación hasta el momento final.

Hacia la media noche, anterior al día de su muerte, se desató un vendaval que apagó todas las lámparas. En aquel instante la habitación se llenó de demonios. Marta comenzó a orar: “Mi querido huésped, Jesucristo, no te alejes de mi, protégeme y defiéndeme de estos demonios”.

Nada más decir esto, cuando vio a su hermana ya muerta María Magdalena, quien con una antorcha encendida volvía a iluminar la habitación. Y a continuación apareció Cristo que le dijo: “Ven querida hospedera, ven conmigo. En adelante estarás ya siempre a mi lado. Tú me dis­te alojamiento en tu casa, yo te daré alojamiento en el cielo. Y por el amor que te tengo atenderé, a cuantos recurran a Mí, pidiendo algo en tu nom­bre”.

Momentos antes de morir pidió que la saca­ran donde pudiera ver el cielo, que la tendieran sobre la tierra y pusieran al lado suyo el crucifijo y rezó: “Señor, acoge a esta mujer que tuvo la di­cha de darte alojamiento en su casa”. Y mientras los concurrentes, a pedido suyo, leían las ense­ñanzas de Jesús, entregó su alma.


En el sepulcro de Santa Marta comenzaron a obrarse milagros constantes. Se cuenta que Clodoveo, rey de los francos, convertido al cris­tianismo, enfermó gravemente de los riñones y padeció fuertes dolores. Acudió en peregrinación a visitar la tumba de la santa y cuando llegó a ella quedó milagrosamente sanado. Agradecido, hizo a la iglesia de la santa importantes donaciones.

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