Fiesta: 27 de febrero
El bailarín
que llegó a la santidad.
Nació en Asís
(Italia) en 1838. Su nombre en el mundo era Francisco Possenti. Era el décimo
entre 13 hermanos. Su padre trabajaba como juez de la ciudad.
A los 4 años
quedó huérfano de madre. El papá, que era un excelente católico, se preocupó
por darle una educación esmerada, mediante la cual logró ir dominando su
carácter fuerte que era muy propenso a estallar en arranques de ira y de mal
genio.
Tuvo la suerte
de educarse con dos comunidades de excelentes educadores: los Hermanos
Cristianos y los Padres Jesuitas; y las enseñanzas recibidas en el colegio le
ayudaron mucho para resistir los ataques de sus pasiones y de la mundanalidad.
El joven era
sumamente esmerado en vestirse a la última moda. Y sus facciones elegantes y su
fino trato, a la vez que su rebosante alegría y la gran agilidad para bailar ,
lo hacían el preferido de las muchachas en las fiestas. Su lectura favorita
eran las novelas, pero le sucedía como en otro tiempo a San Ignacio, que al
leer novelas, en el momento sentía emoción y agrado, pero después le quedaba en
el alma una profunda tristeza y un mortal hastío y abatimiento. Sus amigos lo
llamaban "el enamoradizo". Pero los amores mundanos eran como un
puñal forrado con miel". Dulces por fuera y dolorosos en el alma.
En una de las
40 cartas que de él se conservan, le escribe a un antiguo amigo, cuando ya se
ha entrado de religioso: "Mi buen colega; si quieres mantener tu alma
libre de pecado y sin la esclavitud de las pasiones y de las malas costumbres
tienes que huir siempre de la lectura de novelas y del asistir a teatros donde
se dan representaciones mundanas. Mucho cuidado con las reuniones donde hay
licor y con las fiestas donde hay sensualidad y huye siempre de toda lectura
que pueda hacer daño a tu alma. Yo creo que si yo hubiera permanecido en el
mundo no habría conseguido la salvación de mi alma. ¿Dirás que me divertí
bastante? Pues de todo ello no me queda sino amargura, remordimiento y temor y
hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo y pídele a Dios que me perdone
también a mí".
Al terminar su
bachillerato, y cuando ya iba a empezar sus estudios universitarios, Dios lo
llamó a la conversión por medio de una grave enfermedad. Lleno de susto
prometió que si se curaba de aquel mal, se iría de religioso. Pero apenas
estuvo bien de salud, olvidó su promesa y siguió gozando del mundo.
Un año después
enferma mucho más gravemente. Una laringitis que trata de ahogarlo y que casi
lo lleva al sepulcro. Lleno de fe invoca la intercesión de un santo jesuita
martirizado en las misiones y promete irse de religioso, y al colocarse una
reliquia de aquel mártir sobre su pecho, se queda dormido y cuando despierta
está curado milagrosamente. Pero apenas se repone de su enfermedad empieza
otras vez el atractivo de las fiestas y de los enamoramientos, y olvida su
promesa. Es verdad que pide ser admitido como jesuita y es aceptado, pero él
cree que para su vida de hombre tan mundano lo que está necesitando es una
comunidad rigurosa, y deja para más tarde el entrar a una congregación de
religiosos.
Estalla la
peste del cólera en Italia. Miles y miles de personas van muriendo día por día.
Y el día menos pensado muere la hermana que él más quiere. Considera que esto
es un llamado muy serio de Dios para que se vaya de religioso. Habla con su
padre, pero a éste le parece que un joven tan amigo de las fiestas mundanas se
va a aburrir demasiado en un convento y que la vocación no le va a durar quizá
ni siquiera unos meses.
Pero un día
asiste a una procesión con la imagen de la Virgen Santísima. Nuestro joven
siempre le ha tenido una gran devoción a la Madre de Dios (y probablemente esta
devoción fue la que logró librarlo de las trampas del mundo) y en plena procesión
levanta sus ojos hacia la imagen de la Virgen y ve que Ella lo mira fijamente
con una mirada que jamás había sentido en su vida. Ante esto ya no puede
resistir más. Se va a donde su padre a rogarle que lo deje irse de religioso.
El buen hombre le pide el parecer al confesor de su hijo, y recibida la
aprobación de este santo sacerdote, le concede el permiso de entrar a una
comunidad bien rígida y rigurosa, los Padres Pasionistas.
Al entrar de
religioso se cambia el nombre y en adelante se llamará Gabriel de la Dolorosa.
Gabriel, que significa: el que lleva mensajes de Dios. Y de la Dolorosa, porque
su devoción mariana más querida consiste en recordar los siete dolores o penas
que sufrió la Virgen María. Desde entonces será un hombre totalmente transformado.
Gabriel había
gozado siempre de muchas comodidades en la vida y le había dado gusto a sus
sentidos y ahora entra a una comunidad donde se ayuna y donde la alimentación
es tosca y nada variada. Los primeros meses sufre un verdadero martirio con
este cambio tan brusco, pero nadie le oye jamás una queja, ni lo ve triste o
disgustado.
Gabriel lo que
hacía, lo hacía con toda el alma. En el mundo se había dedicado con todas sus
fuerzas a las fiestas mundanas, pero ahora, entrado de religioso, se dedicó con
todas las fuerzas de su personalidad a cumplir exactamente los Reglamentos de
su Comunidad. Los religiosos se quedaban admirados de su gran amabilidad, de la
exactitud total con la que cumplía todo lo que se le mandaba, y del fervor
impresionante con el que cumplía sus prácticas de piedad.
Su vida
religiosa fue breve. Apenas unos seis años. Pero en él se cumple lo que dice el
Libro de la Sabiduría: "Terminó sus días en breve tiempo, pero ganó tanto
premio como si hubiera vivido muchos años".
Su naturaleza
protestaba porque la vida religiosa era austera y rígida, pero nadie se daba
cuenta en lo exterior de las repugnancias casi invencibles que su cuerpo sentí
ante las austeridades y penitencias. Su director espiritual sí lo sabía muy
bien.
Al empezar los
estudios en el seminario mayor para prepararse al sacerdocio, leyó unas
palabras que le sirvieron como de lema para todos sus estudios, y fueron
escritas por un sabio de su comunidad, San Vicente María Strambi. Son las
siguientes: "Los que se preparan para ser predicadores o catequistas,
piensen mientras estudian, que una inmensa cantidad de pobres pecadores les
suplica diciendo: por favor: prepárense bien, para que logren llevarnos a
nosotros a la eterna salvación". Este consejo tan provechoso lo incitó a dedicarse
a los estudios religiosos con todo el entusiasmo de su espíritu.
Cuando ya
Gabriel está bastante cerca de llegar al sacerdocio le llega la terrible
enfermedad de la tuberculosis. Tiene que recluirse en la enfermería, y allí
acepta con toda alegría y gran paciencia lo que Dios ha permitido que le
suceda. De vómito de sangre en vómito de sangre, de ahogo en ahogo, vive todo
un año repitiendo de vez en cuando lo que Jesús decía en el Huerto de los
Olivos: "Padre, si no es posible que pase de mí este cáliz de amargura,
que se cumpla en mí tu santa voluntad".
La Comunidad
de los Pasionistas tiene como principal devoción el meditar en la Santísima
Pasión de Jesús. Y al pensar y repensar en lo que Cristo sufrió en la Agonía
del Huerto, y en la Flagelación y coronación de espinas, y en la Subida al
Calvario con la cruz a cuestas y en las horas de mortal agonía que el Señor
padeció en la Cruz, sentía Gabriel tan grande aprecio por los sufrimientos que
nos vuelven muy semejantes a Jesús sufriente, que lo soportaba todo con un
valor y una tranquilidad impresionantes.
Pero había
otra gran ayuda que lo llenaba de valor y esperanza, y era su fervorosa
devoción a la Madre de Dios. Su libro mariano preferido era "Las Glorias
de María", escrito por San Alfonso, un libro que consuela mucho a los
pecadores y débiles, y que aunque lo leamos diez veces, todas las veces nos
parece nuevo e impresionante. La devoción a la Sma. Virgen llevó a Gabriel a
grados altísimos de santidad.
A un religioso
le aconsejaba: "No hay que fijar la mirada en rostros hermosos, porque
esto enciende mucho las pasiones". A otro le decía: "Lo que más me
ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el recordar
que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos me están oyendo a
toda hora y que el Señor pagará todo lo que se hace por él, aunque sea regalar
a otro un vaso de agua".
Y el 27 de
febrero de 1862, después de recibir los santos sacramentos y de haber pedido
perdón a todos por cualquier mal ejemplo que les hubiera podido dar, cruzó sus
manos sobre el pecho y quedó como si estuviera plácidamente dormido. Su alma
había volado a la eternidad a recibir de Dios el premio de sus buenas obras y
de sus sacrificios. Apenas iba a cumplir los 25 años.
Poco después
empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y en 1926 el Sumo Pontífice
lo declaró santo, y lo nombró Patrono de los Jóvenes laicos que se dedican al
apostolado.
San Gabriel de
la Dolorosa: pídele a la Sma. Virgen por tantos jóvenes tan llenos de vitalidad
y de entusiasmo para que encaucen las enormes fuerzas de su alma, no a dejarlas
perderse en goces mundanos, sino a ganarse un gran premio en el cielo
dedicándose a salvar su propia alma y la de muchos más.
FUENTE: EWTN
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