"Marta, decidió dedicarse al ayuno y la oración y pronto se le unieron varias mujeres. Edificó entonces una basílica dedicada a la Virgen María, y un convento anexo en el que todas ellas organizaron su vida en comunidad a base de penitencia y oración".
La iglesia Católica celebra el día 29 de Julio la
fiesta de Santa Marta.
Marta significa: “Señora; jefe de hogar”.
Santa Marta por su solicitud y actividad en el servicio de
Jesucristo Nuestro Señor, es invocada como protectora especial de cosas
urgentes y difíciles. Es considerada la Patrona de cocineras, sirvientas, amas
de casa, hoteleros, casas de huéspedes, administradores de hospitales, escultores,
pintores, lavanderas, de las Hermanas de la Caridad y los moribundos.
Entre las santas mujeres que seguían a Jesucristo, y hacían
manifiesta profesión de ser discípulas suyas mientras estuvo en esta vida
mortal, Marta, fue una de las más distinguidas, no sólo por su caridad y por la
posición de que gozaba entre los judíos, sino particularmente por haber
abrazado el estado de virginidad en el que perseveró constante toda su vida.
Tenía como hermanos a María Magdalena y Lázaro, quien había
sido resucitado por Jesús. Habían heredado grandes bienes de sus padres,
tocándole a Marta unas propiedades vecinas de Jerusalén, y entre ellas la casa
ó castillo de Betania. El Evangelio la nombra siempre primero
que María Magdalena, y por eso se cree que era la hermana mayor de la familia;
por lo menos era la que llevaba el principal peso de administración y de
gobierno. Era su carácter dulce y amigo de hacer el bien; un juicio maduro y
ejemplar, y con una modestia que la hacía ser amada y respetada por todos.
Era considerada como una doncella de gran mérito, y así
en Jerusalén como en Betania se tenía general veneración a su
virtud. Estando su alma tan bien dispuesta, sin dificultad reconoció a Jesucristo
por el Mesías verdadero, y gustó de su doctrina. Apenas le oyó, cuando hizo
profesión de ser una de sus más fieles discípulas.
Oyendo los elogios que de cuando en cuando hacía el Señor de
la virginidad, y viendo lo mucho que le agradaba esta admirable virtud, muy
presto se determinó a no admitir jamás otro esposo que al Esposo de las
vírgenes; y como era tan constante en oír sus divinas instrucciones, practicó
muy en breve lo más elevado y lo más perfecto del Evangelio. Se dedicó, pues, a
la soledad y al retiro, renunciando a las vanidades del mundo; y como su
hermano Lázaro era ya uno de los discípulos del Salvador, y la conversión de su
hermana Magdalena, había sido de tanta edificación a todos, el castillo de Betania se
convirtió, por decirlo así, como en un pequeño monasterio. Se ocupaba el tiempo
en oración, en estudio, en la labor y en las obras de caridad, por lo cual la
casa de Betania era el hospedaje del Salvador en sus viajes
apostólicos.
Llegó en una ocasión a Betania el Hijo de
Dios, volviendo de sus tareas evangélicas: tuvo Marta la noticia de su venida;
y saliéndole al camino, le suplicó con instancias que se dignase no admitir
otro hospedaje que el de su casa. Aceptó el convite el Salvador, como quien
tenía tan conocida la virtud de aquellas dos fervorosas discípulas. No es
fácil explicar el gozo de toda aquella afortunada familia. Marta, que gobernaba
la casa, tomó a su cargo la disposición de todo, y por sus mismas manos quiso
preparar y guisar la comida a su amado Maestro; el soberano Huésped no dejó de
reconocer la gran caridad y el fervoroso amor de las dos hermanas,
recompensándolas generosamente con su conversación, y con las abundantes
gracias que derramó en el corazón de aquellas dos santas almas.
Al ser crucificado Jesucristo y dispersarse sus discípulos,
Marta, se embarcó junto a sus hermanos y un grupo de fieles, en un navío desprovisto
de remos, velas y timón, y de cualquier instrumento que pudiera servir para
gobernarlo.
Sin embargo, conducido milagrosamente por Dios, arribaron a
las costas de Marsella en Francia, donde desembarcaron. Luego se trasladaron a Aix y
convirtieron mediante la predicación a los pobladores de la región.
Cuenta la tradición hagiográfica, que en un bosque, situado
entre Arles y Avignon , había por aquel
tiempo un dragón. Esta fiera a veces salía del bosque, se sumergía en el río,
volcaba las embarcaciones y mataba a cuantos navegaban en ellas.
Marta, atendió los ruegos de la gente de la comarca, y
dispuesta a liberarla definitivamente, se fue al bosque a buscar a la fiera; la
halló devorándose a un campesino. Marta se acercó sin temor, la roció con agua
bendita y le mostró una cruz. La bestia, al ver la cruz y sentir el contacto
con el agua bendita, se tornó mansa como una oveja. Marta se acercó nuevamente
a ella, la amarró por el cuello con el cordón de su túnica, la sacó a un claro,
y allí los hombres de la comarca le dieron muerte. Desde entonces, el lugar
comenzó a llamarse Tarascón que era el nombre del Dragón.
Una vez que terminó con la fiera que era el azote de la
comarca, Marta, decidió dedicarse al ayuno y la oración en aquel bosque
y pronto se le unieron varias mujeres. Edificó entonces una basílica
dedicada a la Virgen María, y un convento anexo en el que todas ellas
organizaron su vida en comunidad a base de penitencia y oración.
En una oportunidad que Marta se hallaba predicando en Avignon ocurrió
que se encontraban a la orilla de un río. En la orilla opuesta había un joven
que desde su lugar no escuchaba bien la prédica; como no disponía de bote, se
decidió a cruzar el río a nado, pero a poco de iniciar la travesía, fue
arrastrado por la corriente y murió ahogado. Dos días después de su muerte,
lograron encontrar su cuerpo y sacarlo fuera del río. Tan pronto como lo
extrajeron, lo llevaron junto a la santa, lo dejaron tendido a sus pies y le
pidieron que lo resucitara. Marta se postró en tierra con los brazos en cruz, y
pidió a Jesús que así como había resucitado a Lázaro, también resucitara al
joven, para que así movidos por el milagro se convirtieran a la fe los que
allí se encontraban. Terminada la oración, tomó al joven de las manos y lo alzó
del suelo, resucitado. El joven al volver a la vida recibió el bautismo.
Con un año de antelación le comunicó Jesús a Marta la fecha
en que había de morir. Todo aquel año estuvo aquejada de fiebres.
Unos días antes de su muerte, les dijo a los asistentes que
partiría muy pronto y les pidió que mantuvieran encendidas las lámparas que
ardían en la habitación hasta el momento final.
Hacia la media noche, anterior al día de su muerte, se
desató un vendaval que apagó todas las lámparas. En aquel instante la
habitación se llenó de demonios. Marta comenzó a orar: “Mi querido
huésped, Jesucristo, no te alejes de mi, protégeme y defiéndeme de estos
demonios”.
Nada más decir esto, cuando vio a su hermana ya muerta
María Magdalena, quien con una antorcha encendida volvía a iluminar la habitación.
Y a continuación apareció Cristo que le dijo: “Ven querida hospedera,
ven conmigo. En adelante estarás ya siempre a mi lado. Tú me diste alojamiento
en tu casa, yo te daré alojamiento en el cielo. Y por el amor que te tengo
atenderé, a cuantos recurran a Mí, pidiendo algo en tu nombre”.
Momentos antes de morir pidió que la sacaran donde pudiera
ver el cielo, que la tendieran sobre la tierra y pusieran al lado suyo el
crucifijo y rezó: “Señor, acoge a esta mujer que tuvo la dicha de
darte alojamiento en su casa”. Y mientras los concurrentes, a pedido
suyo, leían las enseñanzas de Jesús, entregó su alma.
En el sepulcro de Santa Marta comenzaron a obrarse milagros
constantes. Se cuenta que Clodoveo, rey de los francos, convertido al cristianismo,
enfermó gravemente de los riñones y padeció fuertes dolores. Acudió en
peregrinación a visitar la tumba de la santa y cuando llegó a ella quedó
milagrosamente sanado. Agradecido, hizo a la iglesia de la santa importantes
donaciones.
Fuente: Caballeros de la Virgen
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