“El
día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos,
Santa Rosa de Lima le contestó: "Cuando servimos a los pobres y a los
enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo,
porque en ellos servimos a Jesús".
Fiesta: 23 de Agosto
Nació en Lima (Perú) el año 1586; cuando vivía en su casa, se dedicó
ya a una vida de piedad y de virtud, y, cuando vistió el hábito de la tercera
Orden de santo Domingo, hizo grandes progresos en el camino de la penitencia y
de la contemplación mística. Murió el día 24 de agosto del año 1617.
Biografía
Rosa de Lima, la primera santa americana canonizada, nació de ascendencia española en la capital del Perú en 1586. Sus humildes padres son Gaspar de Flores y María de Oliva.
Aunque la niña fue bautizada con el nombre de Isabel, se la llamaba
comúnmente Rosa y ése fue el único nombre que le impuso en la Confirmación el
arzobispo de Lima, Santo
Toribio. Rosa tomó a Santa Catalina de
Siena por modelo, a pesar de la oposición y las burlas de sus
padres y amigos. En cierta ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de
flores para lucirla ante algunas visitas y Rosa se clavó una de las horquillas
de la guirnalda en la cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella
vanidad, de suerte que tuvo después bastante dificultad en quitársela. Como las
gentes alababan frecuentemente su belleza, Rosa solía restregarse la piel con
pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie.
Una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad
de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la santa se
talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo vestirse por sí
misma en un mes. Estas y otras austeridades aún más sorprendentes la prepararon
a la lucha contra los peligros exteriores y contra sus propios sentidos. Pero
Rosa sabía muy bien que todo ello sería inútil si no desterraba de su corazón
todo amor propio, cuya fuente es el orgullo, pues esa pasión es capaz de
esconderse aun en la oración y el ayuno. Así pues, se dedicó a atacar el amor
propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad
propia.
Aunque era capaz de oponerse a sus padres por una causa justa, jamás
los desobedeció ni se apartó de la más escrupulosa obediencia y paciencia en
las dificultades y contradicciones.
Rosa tuvo que sufrir enormemente por parte de quienes no la
comprendían.
El padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia
se vio en circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en
el huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento
de la familia. La santa estaba contenta con su suerte y jamás hubiese intentado
cambiarla, si sus padres no hubiesen querido inducirla a casarse. Rosa luchó
contra ellos diez años e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución
de vivir consagrada al Señor.
Al cabo de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo,
imitando así a Santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó
prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto. Llevaba sobre la
cabeza una cinta de plata, cuyo interior era lleno de puntas sirviendo así como
una corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de
El, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del
sentimiento que embargaba su alma. Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando
la santa se hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la
comunión unía su corazón a la Fuente del Amor.
Extraordinarias
pruebas y gracias.
Dios concedió a su
sierva gracias extraordinarias, pero también permitió que sufriese durante quince
años la persecución de sus amigos y conocidos, en tanto que su alma se veía
sumida en la más profunda desolación espiritual.
El demonio la
molestaba con violentas tentaciones. El único consejo que supieron darle
aquellos a quienes consultó fue que comiese y durmiese más.
Más tarde, una
comisión de sacerdotes y médicos examinó a la santa y dictaminó que sus
experiencias eran realmente sobrenaturales.
Rosa pasó los tres
últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un empleado del
gobierno, cuya esposa le tenía particular cariño.
Durante la penosa y larga
enfermedad que precedió a su muerte, la oración de la joven era: "Señor,
auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor".
Dios la llamó a Sí
el 24 de agosto de 1617, a los treinta y un años de edad. El capítulo, el
senado y otros dignatarios de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo
al sepulcro.
El Papa Clemente X
la canonizó en 1671.
Aunque no todos
pueden imitar algunas de sus prácticas ascéticas, ciertamente nos reta a todos
a entregarnos con mas pasión al amado, Jesucristo. Es esa pasión de amor
la que nos debe mover a vivir nuestra santidad abrazando nuestra vocación con
todo el corazón, ya sea en el mundo, en el desierto o en el claustro.
De los escritos de
santa Rosa de Lima.
El salvador levantó la voz y dijo, con
incomparable majestad:
"¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación.
Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al
colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acre-
centamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la
medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es
la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz
no hay camino por donde se pueda subir al cielo!"
Oídas estas palabras, me sobrevino un impetu pode-
roso de ponerme en medio de la plaza para gritar con
grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cual-
quier edad, sexo, estado y condición que fuesen:
"Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de
Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os
aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones;
hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conse-
guir la participación íntima de la divina naturaleza, la
gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del
alma."
Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente
a predicar la hermosura de la divina gracia, me angus-
tiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no
podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que
se había de romper la prisión y, libre y sola, con más
agilidad se había de ir por el mundo, dando voces:
"¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la
gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas ri-
quezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y
delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes
y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos
por el mundo en busca de molestias, enfermedades y
tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro
último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se que-
jaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte,
si conocieran las balanzas donde se pesan para repartir-
los entre los hombres."
Fuente: Corazones.org
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